Tuesday, April 2, 2013

¡Qué fácil es hablar de Dios!

¡Qué fácil es hablar de Dios!
Por la falta de un auténtico conocimiento de las leyes espirituales, muchos se dan a la tarea de hablar de las sagradas escrituras haciendo alarde de una gran confianza en Dios, ya que Dios pareciera no estar ahí -por ser espíritu- para aprobar o reprobar lo que se dice. No obstante, Dios ha dejado principios espirituales que norman su verdadero mensaje; y si alguno conoce estos principios esperará que sucedan los resultados que determinen si la Palabra es legítima o no; de lo contrario no dejará de ser sino la prédica de uno de tantos atrevidos, que pueden más hablar que demostrar; como dijera el apóstol Pablo: ...ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostraci6n del Espíritu y de poder ( 1 Co.2:4).
Los postreros días, pues, están enmarcados por la abundancia exagerada de predicadores grandes y pequeños incapaces de demostrar con hechos la eficacia de lo que enseñan; según está claramente advertido: ...desviándose
algunos, se apartaron a vana palabrería, queriendo ser doctores de la ley, sin entender ni lo que hablan ni lo que afirman (I Ti. 1:6-7); también dice: ...se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas (2Ti.4:3-4). Lo anterior concuerda con lo que ya antes había dicho Jesús:  Mirad que nadie os engañe. Porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo: Yo soy el Cristo; y a muchos engañarán (Mt. 24:4-5). Aunque estas profecías son tan claras y específicas, y aunque lo que está sucediendo en nuestros días es testimonio elocuente de su veracidad, pareciera que la mayoría no se da por enterada del asunto, o quizás hay tanta simpleza que el diablo les ha cegado el entendimiento para que no reparen en la realidad; según está escrito: ...el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo... (2Co.4:4).
¿Cómo reconocer la Palabra?
Para reconocer la Palabra que viene de Dios, hay que hacer una clara diferencia entre ella y un simple conocimiento bíblico. Es absurdo que alguien pretenda tener la Palabra de Dios sólo porque sujeta el libro contra su pecho; o por tener estudios bíblicos haciendo alarde de exégesis. Cuando Dios en su infinita bondad revela a alguien su Palabra, también se encarga de confirmarla para que no quede duda que fue él quien lo dijo; léase: ...predicaron en todas partes, ayudándoles el Señor y confirmando la palabra con las señales que la seguían. Amén. (Mr. 16:20).
La Palabra verdadera produce fe en los que la oyen; y no fe emocional sino inteligente y permanente; capaz de hacer vencer al mundo a quien la posee; y no solo ello, sino muchas cosas más, como ser sanados de las enfermedades sin utilizar medicamentos de hombres. Muchas de las prédicas actuales producen aplausos, pero no fe; emocionan, pero no convierten; cautivan la mente, pero no hace libres a los hombres. Los fariseos tenían buena doctrina -Jesús no se opuso a ella- pero solo era letra muerta -bien trazada y bien predicada si se quiere- incapaz de producir buenos frutos a los que la escuchaban; por lo cual decía Jesús: ...todo lo que os digan que guardáis, guardadlo y hacedlo; mas no hagáis conforme a sus obras, porque dicen, y no hacen. Porque atan cargas pesadas y difíciles de llevar...pero ellos ni con un dedo quieren moverlas (Mt.23:3-4). Jesús no cuestionaba el conocimiento bíblico de ellos, sino la astucia para imponerles lo que ellos mismos eran incapaces de cumplir; de igual modo les decía: ...por el fruto se conoce el árbol ¡Generación de víboras/. ¿Cómo podéis hablar lo bueno, siendo malos?... (Mt. 12:33-34). Es evidente que el engaño se disfraza de buen conocimiento bíblico; pero esconde malas obras.
Descifrando el engaño
En todas las Escrituras encontramos claves para reconocer lo falso; desgraciadamente pocos lo toman en serio. Por ejemplo, dijo el profeta Jeremías: Porque ¿quién estuvo en el secreto de Jehová, y vio, y oyó su palabra?... No envié yo aquellos profetas, pero ellos corrían; yo no /es hablé, mas ellos profetizaban. Pero si ellos hubieran estado en mi secreto, habrían hecho oír mis palabras a mi pueblo, y lo habrían hecho volver de su mal camino, y de la maldad de sus obras (Jer. 23:18,21-22). La palabra, si no proviene de Dios, es incapaz de producir cambios; la persona puede oírla toda su vida y lamentarse de igual modo de no poder cambiar. También leemos: Pero al malo dijo Dios: ¿Qué tienes tú que hablar de mis leyes, y que tomar mi pacto en tu boca? Pues tú aborreces la corrección, y echas a tu espalda mis palabras. Si veas al ladrón, tú corrías con él, y con los adúlteros era tu parte (Sal.50:16.18). Dios no puede respaldar la prédica de alguno que tenga buena relación con el mundo y los pecadores, y después pretenda cambiar a los demás desde el púlpito. Una cosa es hablar y otra cosa es ministrar, pues ministramos lo que vivimos. También leemos: ...probad los espíritus si son de Dios: porque muchos falsos profetas han salido por el mundo. En esto conoced el Espíritu de Dios: Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios... Ellos son del mundo; por eso hablan del mundo, y el mundo los oye. En esto conocemos el espíritu de verdad y el espíritu de error (1Jn.4:1-2, 5-6). El apóstol Juan enseñaba a reconocer a los engañadores, y para ello daba una clave: ningún engañador puede confesar a Jesucristo con su espíritu -solamente con la boca- porque confesado con el espíritu quiere decir: con su testimonio, sus cambios y su apartamiento del mundo. No sucede así con los engañadores, los cuales siendo del mundo, hablan del mundo y viven para el mundo.
La Palabra verdadera es redarguyente
La Palabra verdadera no ceja de combatir el pecado en todas sus manifestaciones de injusticia, según está escrito: Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra (2 Ti. 316-17). La finalidad de reprender el pecado es para que los hombres cambien su mal camino y se dediquen a las buenas obras. ¿Reconoce usted la auténtica palabra de Dios?

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