Tuesday, March 26, 2013

La carnada del reino infernal


Mammón, carnada eficaz

Mammón, la carnada del reino infernal

Todo lo que viene de arriba es bendición, hermano.” Esta frase es muy común entre los que nos hacemos llamar “cristianos evangélicos”.
Cayó una avioneta de los narcos en la costa atlántica de Nicaragua. Una avioneta procedente de Colombia, cargada de cocaína. Cocaína con rumbo al norte. Cocaína que sería consumida por los drogadictos en las calles de alguna ciudad norteamericana. Cocaína por la cual algunos tal vez hasta habían matado y robado. Pero cayó en manos de “cristianos evangélicos” que viven cerca de la costa atlántica de Nicaragua…
¿Y qué pasó con esa cocaína ya en manos de personas que bien podrían levantarse en el culto el domingo por la mañana y dar un testimonio impresionante? Es asombroso saber que ahora en la costa atlántica hay bellos edificios “dedicados a Dios”. Construidos con el dinero procedente de la venta de la droga.
Es asombroso también saber que hay lugares donde la droga viene por los sacos llenos a la casa del pastor cuando se sabe que la policía viene a revisar cierto poblado. Pues, ¿quién pensaría que la droga estuviera en la casa del pastor? Pero, ¿realmente será de extrañarse que sucedan cosas así en las comunidades “cristianas” en la costa atlántica de Nicaragua? Tengamos muy presente que en otras partes del mundo los “cristianos”:
 • Roban al cobrar altos intereses.
• Se hacen ricos a costa del duro trabajo de los pobres.
• Mienten para hacer negocios lucrativos.
• Afirman que las riquezas son bendición de Dios.
 “Todo lo que viene de arriba es bendición, hermano”, dicen. No. Realmente no es de extrañarse que existan “cristianos” que venden la droga que cayó del cielo en su comunidad.
Pongámonos de acuerdo en un punto muy esencial: La raíz de todos estos “males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores” (1 Timoteo 6.10). La Biblia está en los cierto cuando afirma que “los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición” (1 Timoteo 6.9).
¿Ama usted al dinero? ¿Caería usted en la trampa del diablo, la cual tiene el dinero como carnada? O, ¿tal vez usted ya cayó en la trampa?
Lastimosamente, el empuje más grande en muchísimas iglesias evangélicas en la actualidad es una sola cosa: el dinero. Por ejemplo, gran parte de las campañas evangelísticas se llevan a cabo, no porque el evangelista verdaderamente ama las almas perdidas, sino porque busca sus ofrendas. Incluso su afán por defender la teología propia de su denominación, así atrayendo a otros y protegiendo a sus fieles, es por lo mismo.
“La teología de la prosperidad”, como la conocemos hoy en día, no es nada nuevo. Este error ha estado con nosotros desde el tiempo de Constantino. Él creía que ya que los cristianos son hijos del Rey, entonces ellos deberían tener templos mucho más bonitos que los templos de los paganos. Pues los paganos adoran a dioses muertos, mientras que los cristianos adoran al Creador del cielo y la tierra. Constantino también se asombró que los pastores eran muy pobres, pues daban gratuitamente de su tiempo para la obra, además de trabajar.[1] Y desde ese entonces hay ministros de la palabra a quienes les dan un sueldo por sus labores en la iglesia.
Esta teología de la prosperidad se ha difundido como nunca antes desde la década de los setenta, bajo la dirección de líderes dinámicos como Oral Roberts, Kenneth Hagin, Kenneth y Gloria Copeland, Benny Hinn, Dr. Paul Yonggi Cho, y otros.
Como punto de partida, los seguidores de esta doctrina usan textos del Antiguo Testamento que prometen la prosperidad material a los que siguen a Dios (Malaquías 3.8–12; Deuteronomio 11.13–15; 28.1–14, entre otros). Afirman que ya que somos hijos del Rey, debemos tener de todo, pues Dios no quiere, según dicen ellos, ver a ninguno de sus hijos en la pobreza. Apoyan esta afirmación citando versículos como Deuteronomio 28.12–13:
“Te abrirá Jehová su buen tesoro, el cielo, para enviar la lluvia a tu tierra en su tiempo, y para bendecir toda obra de tus manos. Y prestarás a muchas naciones, y tú no pedirás prestado. Te pondrá Jehová por cabeza, y no por cola; y estarás encima solamente, y no estarás debajo”.
Y, según dicen los partidarios de esta creencia, ¿cómo puede uno llegar a tener todas estas bendiciones económicas? Por medio de ofrendar, ¡por supuesto! Lógico, de lo mejor que uno tiene... Y no te preocupes por la pérdida porque al que tiene fe, se le recompensará todo lo ofrendado, con creces abundantes. Carro… casa grande… una moto… computadora. Al que tiene fe, ¡se le concederá todo esto y mucho más!
“¿De veras?”, pregunto.
Bueno, por lo menos al que tiene este tipo de fe, ¡al pastor de él se le concederá todo esto y mucho más!
Es increíble que tantas personas se dejan engañar por estas promesas de pastores amigos del dinero. Pero es porque las personas en sus iglesias también son igualmente amigos del dinero. Dan con el motivo de recibir.
Esta avaricia de tener más de lo que uno tiene apela mucho a la naturaleza pecaminosa. ¿Quién no quisiera tener de todo y pasarse la vida al suave? ¿Quién no quisiera poder ofrendar un poquito y recibir bastante? Pero eso no es lo que nos enseña el Nuevo Testamento. Más bien dice: “Si alguno no quiere trabajar, tampoco coma” (2 Tesalonicenses 3.10).
Ya no vivimos bajo el Antiguo Testamento. Ahora Dios nos manda arrepentirnos de todo lo que huele a amor al dinero. Lo cierto es que el Nuevo Testamento, en lugar de promover riqueza personal, dice:
• “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mateo 6.19–21).
• “Sean vuestras costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora; porque él dijo: No te desampararé, ni te dejaré” (Hebreos 13.5).
• “Pero gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento; porque nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar. Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto” (1 Timoteo 6.6–8).
• “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mateo 6.33).
• “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él” (1 Juan 2.15).
• “¡Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas! Porque es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios” (Lucas 18.24–25).
• “Bienaventurados vosotros los pobres, porque vuestro es el reino de Dios” (Lucas 6.20).
Estos versículos no nos dejan con ninguna duda de lo que enseña el Nuevo Testamento con respecto al amor del dinero. Y el ejemplo de Jesús y otros en el Nuevo Testamento coincide perfectamente. Veamos:

Jesús

Murió dejando solamente la ropa que llevaba. No tenía ni donde “recostar su cabeza” (Mateo 8.20). Fue enterrado en un sepulcro ajeno. De él se dijo: “Por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico” (2 Corintios 8.9). Su enseñanza fue: “Más bienaventurado es dar que recibir” (Hechos 20.35). Mi pregunta entonces: ¿Por qué los seguidores de él deberían hacerse ricos, ofrendando para obligarle a Dios que les dé más?

Pablo

Fue evangelista internacional. A veces había hermanos que le mandaban donativos para que pudiera seguir con la obra (Filipenses 4.10–19). No obstante, él pudo decir:
• “Porque vosotros mismos sabéis de qué manera debéis imitarnos; pues nosotros no anduvimos desordenadamente entre vosotros, ni comimos de balde el pan de nadie, sino que trabajamos con afán y fatiga día y noche, para no ser gravosos a ninguno de vosotros; no porque no tuviésemos derecho, sino por daros nosotros mismos un ejemplo para que nos imitaseis” (2 Tesalonicenses 3.7–9).
• “Ni plata ni oro ni vestido de nadie he codiciado. Antes vosotros sabéis que para lo que me ha sido necesario a mí y a los que están conmigo, estas manos me han servido. En todo os he enseñado que, trabajando así, se debe ayudar a los necesitados, y recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: Más bienaventurado es dar que recibir” (Hechos 20.33–35).
Mi pregunta entonces: ¿Por qué este famoso evangelista internacional nunca tuvo grandes riquezas? Si hubiera seguido al dios que siguen muchos “evangelistas” hoy, él hubiera andado en su propio barco, los mejores caballos… En lugar de eso, sufrió hambre y sed, frío y desnudez (2 Corintios 11.26–27).

El mendigo

Vivió en la pobreza más miserable. Sufría de enfermedades crónicas. Sin lugar a duda, fue hijo de Dios porque cuando murió, fue llevado directamente “al seno de Abraham” (véase Lucas 16.19–31). Mi pregunta entonces: ¿Por qué este hijo fiel del Rey vivió en tanta miseria estando aquí en la tierra?

La viuda

Ella ofrendó todo lo que tenía (Marcos 12.41–44). Todo lo que tenía sumaba sólo dos moneditas de muy poco valor. Jesús hizo elogios de ella por su buena disposición de dar, pero la Biblia en ninguna parte nos dice que él la bendijera posteriormente con riquezas materiales. Mi pregunta entonces: Si la viuda era hija del Rey, ¿por qué vivía en tan profunda pobreza? ¿Por qué Jesús no la bendijo con bendiciones materiales en abundancia?

Los pobres según el mundo

“Hermanos míos amados, oíd: ¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a los que le aman?” (Santiago 2.5). Los pobres según este mundo son elegidos por Dios, pero siguen siendo pobres. Mi pregunta entonces: Si Dios los eligió como sus hijos, ¿por qué no les dio riquezas también?
***
El Nuevo Testamento dice que Dios suplirá lo que necesitamos. Pero habla de lo básico: sustento y abrigo. El ser humano, en cambio, quiere más, y más, y más, y más… Y algunos amadores de dinero incluso están dispuestos a dejar que el evangelista igualmente amador de dinero los ordeñe. Creen que al dejarse explotar de esta forma, Dios les dará las cosas materiales que tanto codician para gastarlos en sus propios deleites y lujos.
Hay un pasaje en el Nuevo Testamento que sí habla de que Dios nos bendice materialmente. Veámoslo: “Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra; como está escrito: Repartió, dio a los pobres; su justicia permanece para siempre. Y [Dios,] que da semilla al que siembra, y pan al que come, proveerá y multiplicará vuestra sementera, y aumentará los frutos de vuestra justicia, para que estéis enriquecidos en todo para toda liberalidad(2 Corintios 9.8–11). Ya que los corintos habían dado en abundancia, Pablo les dijo que Dios era poderoso para darles más para que ellos también pudieran dar más. ¡Pero nunca para amontonarlo o para gastarlo en sus propios deleites y lujos!
El amor al dinero ahoga la palabra de Dios y la hace infructuosa. Jesús lo afirma: “El que fue sembrado entre espinos, éste es el que oye la palabra, pero el afán de este siglo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra, y se hace infructuosa” (Mateo 13.22).
¿Dejará usted que la palabra de Dios sea ahogada en su vida por el engaño de las riquezas que se predica tanto hoy?
¿Dejará que el diablo lo mantenga en su trampa con la carnada de las riquezas ofrecidas por él?
¿O amará usted a Jesús, Rey de reyes y Señor de señores, el que no tenía ni donde recostar su cabeza y tuvo que quitar prestado un burro para entrar en Jerusalén?
Sigamos a ese Jesús. No caigamos en la trampa del diablo y sus compinches.
Si alguno enseña otra cosa, y no se conforma a las sanas palabras de nuestro Señor Jesucristo, y a la doctrina que es conforme a la piedad, está envanecido, nada sabe, y delira acerca de cuestiones y contiendas de palabras, de las cuales nacen envidias, pleitos, blasfemias, malas sospechas, disputas necias de hombres corruptos de entendimiento y privados de la verdad, que toman la piedad como fuente de ganancia; apártate de los tales.
Pero gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento; porque nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar. Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto. Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición; porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores (1 Timoteo 6.3–10). —Timoteo

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